13 diciembre 2016

El entierro de la señora Julia

Asistimos al entierro de la señora Julia. Ya era hora que muriera semejante encarnación del mal, del quiero y puedo hacerte daño, del te acuchillo por la espalda; de hecho, una noche al quitarme la ropa, descubrí que llevaba en la chaqueta dos miradas de reojo, tres injurias, dos calumnias y un dedo corazón erguido amenazante.
Asistimos un gato colorado que parece una versión de “El loco del pelo rojo” gatunil (tiene bigotes canosos y lleva algo en la boca que me ha parecido un canuto) También están presentes tres víctimas de sus ataques (supongo que para asegurarse de verla bajo tierra), dos familiares, un guardia civil por si alguien le da por rematarla o quizá por si resucita, varias ausencias y el propio cura, que inicia la despedida así:
Quisiera despedir a esta persona que ha dejado un gran vacío entre nosotros, una buena persona a la que echaremos en falta…
Y la realidad vive escondida bajo la manta de convencionalismos que hemos decidido admitir.  

Mis hipocresías favoritas

Cuando pillan a esa persona tan recta, torcido y diciendo “solo he venido al bar” con el pelo revuelto a la salida del burdel.
Las veces que me pillo mintiéndome a mí mismo y por fin me doy cuenta.
El joven salvador del mundo que está ayudando a una persona y cuando se da cuenta de que nadie mira, termina la ayuda de inmediato.
Manifestaciones en contra de la globalización con móviles en mano y quedando por el global internet.
Cuando alguien se empeña en obligarse a querer mucho a otro porque es de la familia y no hay manera, así que solo le queda fingir que le quiere.
Cualquier asistencia a un funeral de gente que te importa un pimiento.
Las personas que publican “un aplauso por los que somos… (aquí viene algo fantástico o mega-especial) o cuando dicen una virtud escondida como si fuera un error tipo “mi mayor defecto es que soy muy sincero” y luego evidentemente no son más que un caladero de necesidad de aprobación.
Los adalides de la tolerancia siempre y cuando coincida dicha tolerancia con su forma de pensar.
Cuando se sale de escuchar palabras en un templo que no coincidirán con los hechos, pero con cara de haber hecho ya algo bueno.
La gente tóxica que nunca eres tú.
Cuando hablamos de los hipócritas, como estoy haciendo, como si nosotros mismos fuéramos unos seres especiales venidos del espacio sideral que nunca caen en semejante palabra.
Cuando no dices “follar” después de haber follado.
La casi obligación de decir lo guapo que está el bebé que te encuentras.
Mañana empiezo…
Así pues, el “haz lo que digo y no lo que hago” es el inicio, y hacer un experimento de ser coherente con uno mismo y los demás, la continuación. Deberíamos probar, pues como dijo Woody Allen “Odio la realidad, pero es el único sitio donde se puede comer un buen filete”