14 enero 2016

De excursión a la "Madraza"

En el desayuno jugaba con mi hermana a mirarnos mientras bebíamos un vaso de leche y nos daba la risa. Las preparaciones para ir a pasar el día al campo me gustaban más que las de los domingos. Ya no tenía que desordenarme el pelo cuando salía de casa ni manchar un poco los zapatos porque los veía demasiado relucientes. Nunca me ha gustado destacar ni ser brillante y esos zapatos lanzaban rayos x como Mazinger.
A medida que nos acercábamos a la “Madraza” (término que recuerda a las madrasas o escuelas árabes) aumentaba la ilusión por la desconexión que ello suponía.
Antes de comer nos metíamos en el Ega para pescar con trasmallo, que yo siempre lo he escuchado como “tresmayo” (fecha del cuadro de Goya, pero afortunadamente esta extraña palabra hace referencia a una red para atrapar peces y tal vez sorpresas) A mí siempre me han dado pena los animales. Solía soltar los peces, salvar las hormigas cuando había inundación por tormenta y hasta cazaba las moscas para liberarlas de la sentencia a muerte por insecticida.
Después de comer navegábamos con la barca por las inmediaciones de la Peña de Andosilla y asomaban de vez en cuando culebras de río a saludarnos y el presente se hacía tan presente que era eterno. Por entonces ayudaba la falta de teléfonos que distrajeran el momento y apenas vendían relojes sumergibles.
A la tarde íbamos de escalada con mi tía y subíamos “El pico de la Paloma” El paisaje era como esos de las películas de vaqueros y, como yo de mayor quería ser vaquero (o más bien John Wayne) me lo pasaba en grande imaginando.
Usar la imaginación para hacer las cosas de otra manera, es la base para aumentar el interés y las vivencias. Esos momentos son los que son, cómodos e incómodos. Si no huyes de ellos… vuelves de nuevo a la eterna excursión del ahora donde hay madrazas en las que aprender, barcas que descubrir e ilusiones que nacen de atreverse a vivir los juegos.



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