23 diciembre 2014

Un bar y un maestro

En la calle no hemos subido de dos grados y en el bar también hay niebla. Las lámparas de estilo clasicista son abordadas por una bruma procedente de pensamientos pasados. Lo remoto tiene forma de neblina; lo saben los borrachos, las parejas de tres, los gatos que merodean las chimeneas y las mentiras.
Hay una mujer con un fular azul inventando remolinos con la cucharilla del café, dos chicos en la edad que se adolecen cosas, con esa cosa con pantalla que ahora llevamos todos en el bolsillo como si fuera algo de vital importancia; y el camarero que, trapo en mano, se afana por recoger y limpiar una mesa.
También está el hombre de la niebla, que se agarra al vaso de whisky como para subir de dos a cuarenta grados, del pasado a la nada. Hace tiempo que le conozco así que le saludo y me cuenta que ya empieza a salir el sol. Es una persona de esas que dicen que tienen un retraso y los que lo dicen siempre llegan retrasados a la hora de conocerle. Un día me dijo que bebía en un vaso de whisky cuando claramente era un refresco de naranja. Estuvimos conversando y me hizo ver la diferencia entre el vaso y el contenido del vaso. Muchas veces pedía un vaso de whisky o vino y el camarero le sacaba un vaso vacío y eso le gustaba.
En este bar en blanco y negro con un fular azul y una pantalla atrapando a dos muchachos, me di cuenta por primera vez entre la diferencia entre lo que pienso y lo que soy, la conciencia y lo que contiene, entre la palabra y el acto, la realidad y su interpretación. Los vasos siguen siendo vasos independientemente del líquido que los llenó.
Salgo con mi amigo al frío de la calle y le pregunto qué va a hacer hoy. Me dice que ya lo está haciendo, salir del bar manteniendo una conversación.

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